Arrastré mis pies sobre el suelo enlosado, aburrida, como siempre, de las tediosas tareas encomendadas a mi cargo. Rodeada de nobles agresivos y demás condes, duques, mariscales y no se que títulos más, siempre malhumorados.
Me sentía sola en ese palacio frío e inóspito, pero nunca iba nadie allí.